jueves, 28 de enero de 2010

Mentira


Todos sabemos que la mentira es mala. Pero aun así, todos lo hacemos, unos más y otros menos. La excusa ideal del mentiroso bonachón son las mentiras blancas. Que se miente para mantener el equilibrio, para evitar los conflictos, evadir explicaciones y ahorrar saliva. La pura y honesta verdad es que la mentira se enseña. Se nos instruye desde niños, desde siempre, en la primera escuela a la que asistimos, nuestra familia. La cultura de mentir la heredamos de aquellos mismos que nos piden decir siempre la verdad. De pequeña papá nos pide que no le digamos ciertas cosas a mamá o y viceversa. Nos llevan a transformarnos de dulces niños inocentes a infantes cómplices de pequeñas mentiras, que se irán acumulando en nuestras vidas. Tener que decir por teléfono o al señor de afuera que no están en casa; - ¡algo típico! - Mi hermano de pequeño una vez le dijo a un vendedor: “¡Es que dice mi mama que no está!”.

Luego crecemos y mentimos a nuestro beneficio y llegan los problemas. Sin embargo, aprendemos que para evitar los problemas solo hay que mejorar nuestra técnica de mentir. El mundo entonces parece ser del hábil mentiroso, aquel experto que pueda verte a los ojos y decir una mentira que suene a verdad. Nos hacen mentir al prohibirnos cosas, pero nos enseñaron a mentir, así que de cierta forma un poco sínica, se lo buscan. Hay que enseñar el valor de la verdad sin castigarla y así evitar continuar este círculo vicioso, esté ciclo de mentiras sin sentido.